Testimonios
Soy Patricia Gaviria,llegué al colegio hace 27 años y desde que entré supe que era para quedarme. Estoy en el examinadero y fui mucho tiempo la secretaria académica. La mejor época de mi vida la he vivido en el colegio Fontán, pues me ha dado todas las oportunidades de aprender y crecer como persona. Tengo la gran fortuna de ver cómo van evolucionando todos y cada uno de los estudiantes.
El colegio Fontán entró a la vida de mi familia a través de los relatos de una pariente cercana. Ella dispuso que dos de sus hijos estudiaran siguiendo el sistema en Bogotá y viendo los excelentes resultados que tuvo, y en vista de algunas diferencias que tenía mi mamá con el sistema tradicional de educación, se tomó la decisión de que mi hermana menor, Mariana, continuara su formación en el colegio.
Los resultados positivos, a pesar de las reservas de todos frente a un sistema un poco extraño, fueron evidentes desde el comienzo. Mary, no pasado un par de meses, empezó a disfrutar de la retroalimentación positiva constante que se hace a un buen estudiante del colegio. Ella comenzó a percatarse lo que era avanzar a un ritmo propio, a ver su individualidad respetada y valorada, y a sentir el placer que trae lograr objetivos planeados gracias a la dedicación y el esfuerzo. Más que eso, Mary logró ver por primera vez quizás, lo fácil y divertido que podía ser estudiar sin el tormento de la autoridad opresiva que había experimentado en el pasado. Los resultados con el tiempo dejaron de ser positivos y se convirtieron en algo verdaderamente superior a las expectativas de cualquiera. Las capacidades de Mariana empezaron a ser reconocidas por todos, y aún más importante por ella misma, y pronto sin que eso fuera su norte, se convirtió en una estudiante ejemplar, alcanzando el tercer nivel de autonomía en poco tiempo.
La relación con el colegio de mis padres y mi familia, dejó de ser el casi tormento al que estábamos todos acostumbrados, y se volvió un estrecho vínculo de cooperación y apoyo. El cambio estaba claro para todos y la influencia del sistema y el colegio sobre nuestra vida estaba arraigada profundamente.
No imaginaba ninguno de nosotros que podría ser aún más cercana la relación, cuando recién graduado comencé a trabajar como analista en el colegio y se abrió ante mí la verdadera realidad de la institución. Como parte de mi entrenamiento se me solicitó que estudiara con cuidado el fundamento teórico y práctico de la metodología del colegio para poder desempeñar mi papel de forma correcta. En pocas palabras, con esta lectura me enamore del sistema Fontán. Mis amigos cercanos tuvieron que soportar como durante algunas semanas les relataba asombrado esta forma tan particular, y sin embargo enteramente lógica, de acercarse al conocimiento. El consenso general entre ellos y yo era que todos debíamos haber estudiado así. Veíamos en las capacidades que indudablemente desarrollarían los estudiantes del colegio Fontán, muchísimas herramientas que luchamos por adquirir sobre la marcha cuando nos enfrentamos a temas complejos en la universidad. La planeación, la autonomía, el estudio individual y el lenguaje escrito son los pilares de un buen proceso de formación en el pregrado y ya gracias un “nuevo” sistema educativo era posible adquirirlas desde la educación media y básica.
A través del trabajo en el colegio pude ver como ese cambio “mágico” de mi hermana era producto del intenso trabajo que realiza día a día un diverso grupo de personas, que entregan su esfuerzo al acompañamiento de los estudiantes. Ya no era más un cambio “mágico”, sino un resultado clarísimo del esfuerzo de la planta docente del colegio, soportada en la guía que el Doctor Fontán y sus sucesores daban a la institución.
Me comprometí de lleno con mi trabajo allí, y además de aprender mucho acerca de los estudiantes, comencé a ver como algunos de ellos mejoraban gracias a mis esfuerzos y los de mis compañeros. No se imagina nadie que no haya trabajado directamente con el colegio, quizás no lo imaginan siquiera los estudiantes, lo mucho que los llegamos a conocer. Todas sus manías y comportamientos, su forma de razonar, su personalidad y sus vicios, se nos presentan de diversas formas en todo el trabajo que desarrollan. Es casi como si con nuestra labor hiciéramos una investigación del funcionamiento del cerebro de cada estudiante que pasa por el colegio. Toda esa información compilada es lo que permite que actuemos como verdaderos docentes y ayudemos a los estudiantes a desarrollarse hasta el máximo, siempre que estén dispuestos a permitirlo.
Cuando se dice que la educación del colegio es personalizada, no se afirma sólo por decirlo. La educación en el colegio es personalizada porque cada estudiante cuenta con horas y horas de trabajo dedicado exclusivamente a él, y a sus proezas o dificultades. Cada uno de sus logros y sus tropiezos está documentado de forma detallada para que sirva como andamio en la gigantesca estructura que queremos ayudarlos a construir. El colegio no sólo respeta la individualidad, sino que la pone por encima de cualquier otro criterio en el proceso de evaluación y formación de cada estudiante.
Haber trabajado en el colegio fue para mí una experiencia sumamente enriquecedora en la que no sólo fui participe de una revolución educativa, sino que vi los seres humanos que con su dedicación absoluta, permiten que cientos de estudiantes alcancen la excelencia de la que son capaces. A mis ex-compañeros de trabajo, mi absoluta admiración y gratitud. Soy hoy una mejor persona y espero ser en el futuro un mejor docente gracias a ustedes. A los estudiantes mis felicitaciones por hacer parte de un sistema educativo que les va a permitir crecer como seres humanos de formas que aun no logran imaginar.
¡Muchas gracias!
Estudiante de MSc en Biología
En el 2014, tras haber vivido en Estados Unidos durante 15 años, decidí regresar a Colombia. Al día siguiente de mi arribo al país, asistí a una entrevista en el Colegio Fontán. Tres horas después ya era el nuevo tutor de inglés de bachillerato. La coyuntura no podría ser entonces más evidente: esa mañana el colegio, con sus talleres, sus estudiantes y los demás tutores, se convirtió en esa otra casa, esa otra familia que me acogió a mi regreso. Tal es la magnitud del hermoso nexo que me une a tan maravilloso lugar. Durante 15 cósmicos meses, el todavía indescriptible afán de mis estudiantes por preguntar, por querer pensar en otra lengua; la mirada transparente y fraterna de “Ata”; la incomparable gentileza de Martica y Nubia; y la alegría de Stiven, el tutor de Deportes, fueron, en su momento, tesoros, letras de un mágico abecedario que me permitió escribir algunos de los días más felices que he tenido hasta el momento en mi vida tanto laboral y social. ¡Qué orgullo decir que trabajé en el Fontán!
Licenciado en Literatura e Idiomas
Magíster en Literaturas Hispánicas